Cuestionar el concepto del ‘lugar’: La
migración es algo más que una pérdida
LAURA Mª AGUSTÍN
laura@nodo50.org
Publicado
primero en Development,
Society for International Development, Rome, 45.1, 2002.
RESUMEN
Laura Mª Agustín utiliza el caso de las migraciones de
mujeres para trabajar en la industria del sexo para cuestionar un concepto
siempre positivo del ‘lugar’.
Sostiene que hay una discontinuidad entre las imágenes esencialistas que
las ONGs, los funcionarios gubernamentales y otros difunden de estas
trabajadoras como despojadas de su casa
y sometidas a experiencias traumáticas como personas traficadas, por un
lado, y las experiencias, expectativas y narrativas de las propias migrantes, por otro. Las trabajadoras
sexuales migrantes no son siempre
desplazadas a la fuerza, y cuando lo son, sus trayectorias posteriores pueden
tener, y muchas veces tienen, desenlaces tan positivos como la vida de
cualquier persona. Agustín ofrece
una descripción de los
ambientes en los que viven
estas migrantes, tanto mujeres
como transexuales.
PALABRAS
CLAVES: opción; desplazamiento;
migración; tráfico; prostitución;
coacción.
Mitos sobre las migraciones
En seguida que la
gente emigra, hay una tendencia a idealizar la casa (el hogar). Se evocan
cálidas imágenes de familias unidas, objetos domésticos simples, rituales,
canciones, comidas.1 Muchas fiestas religiosas y nacionales, en
diversas culturas, materializan conceptos como el ‘hogar’ y la ‘familia’,
usualmente a través de imágenes de un pasado folclórico. En este contexto, la
emigración se ve como un último recurso o un acto desesperado y los migrantes como despojados del lugar al que
‘pertenecen’. Pero para millones de personas del mundo, el lugar donde nacieron
y crecieron no es un lugar viable o deseable para desarrollar proyectos más
adultos o ambiciosos, y mudarse a otro lugar constituye una solución
convencional –no traumática.
¿Cómo se produce está decisión de mudarse? Terremotos, conflictos armados,
enfermedades o la falta de alimento arroja a alguna gente a situaciones que no
parecen dejarles demasiada libertad de elección o tiempo para ‘procesar’ las
opciones: a veces se le llama a esta gente refugiados. La decisión de un hombre
soltero de viajar se entiende
generalmente como algo que evoluciona con el tiempo y como producto normal de su ambición
masculina de progresar mediante el
trabajo: se les llama migrantes. Y
luego están las mujeres que intentan hacer lo mismo.
Investigaciones en un lugar marginado: geografías de
exclusión
Trabajé durante
mucho tiempo en educación popular en distintos países de
América Latina y el Caribe y con migrantes latinos en Norteamérica y
Europa, en programas dedicados a la alfabetización, la prevención del SIDA, la
promoción de salud, y la
concientización. Mi preocupación sobre la enorme diferencia entre lo que los agentes
sociales del primer mundo (gubernamentales, de ONGs, activistas) dicen sobre
las mujeres migrantes y lo que éstas dicen sobre sí mismas me llevó a estudiar
y testificar sobre estos temas. Me ubiqué deliberadamente en la frontera entre
ambos grupos: las migrantes y los
agentes sociales, en Europa, donde los únicos trabajos generalmente disponibles
para las mujeres se ofrecen
en los servicios doméstico, de ‘cuidado’ y sexual. Mi trabajo problematiza
tanto a los agentes sociales como
a las migrantes, así que paso
mucho tiempo en bares, casas, oficinas, burdeles, vehículos de proyectos de acercamiento (‘outreach’)
y en ‘la calle’, en sus múltiples versiones. Los datos sobre lo que dicen
las migrantes provienen de mis propias investigaciones y las de otros en
muchos países de la Unión Europea,
América Latina, Europa del Este, Asia y África. Los datos sobre lo que
dicen los agentes sociales provienen de mis investigaciones con gente que trabaja
en la problemática de la prostitución,
incluyendo como evaluadora de proyectos para la Oficina de Trabajo
Internacional y la Comisión Europea.
Aunque hace casi 20 años que investigadores y personal de ONGs trabajan con
prostitutas migrantes en Europa,
la publicación de sus conclusiones se mantiene fuera de las revistas y la
prensa de las corrientes generales. La mayoría de quienes se han reunido y han
hablado con prostitutas migrantes
no son ni académicos ni escritores. El trabajo de ‘acercamiento’ se
conceptualiza de manera distinta a la ‘investigación’ y se financia
generalmente como prevención de VIH/SIDA. Esto significa que los productos
publicados por sus investigaciones
se reducen en general a información sobre salud y prácticas sexuales; el
resto de la información recolectada, de muy diversa índole, permanece inédita.
Algunos de los que trabajan en estos proyectos tienen la oportunidad de
encontrarse e intercambiar la información reunida, pero no son la mayoría.
Recientemente, se incorporó un nuevo tipo de investigador, en su mayoría
mujeres académicas jóvenes que estudian la sociología o la antropología y
trabajan temas migratorios. Estas
investigadoras quieren hacer justicia a la realidad migrante que las rodea, la
cual ellas ven como compuesta tanto de trabajadoras sexuales como de empleadas
domésticas y del cuidado. La
mayoría de estas investigadoras
utilizan historias de vida,
y algunas han empezado a publicarse, pero todavía este tipo de trabajo no está reconocido. La estigmatización opera de múltiples
maneras, entre otras el silenciar
los resultados que no encajen en los discursos hegemónicos.2 La
crítica de las corrientes dominantes sostiene que ‘la información no está
sistematizada’ o que ‘no hay datos fácticos’. En mi investigación, busco esos
resultados ‘marginados’.
Discursos sobre los viajes
Es notable que en el
año 2001 se siga considerando a las mujeres como empujadas, obligadas,
coaccionadas o forzadas, cuando
salen de sus países por la misma razón que los hombres: para progresar
mediante el trabajo. Pero tan arraigada está la idea de la mujer como parte
esencial de la casa, y hasta como la encarnación misma de la casa, que se les
niega sistemáticamente el
protagonismo que implica la decisión de emigrar. Así comienza la patética
imagen de mujeres inocentes arrancadas de sus casas, coaccionadas a emigrar, y hasta secuestradas o
vendidas como esclavas. Estas imágenes hoy en día siguen a quienes viajan a
lugares donde los únicos trabajos remunerados disponibles se encuentran en el servicio doméstico, del cuidado y
en la industria del sexo.3 El discurso de ‘la trata’ o ‘el
tráfico’ de mujeres’ supone que
para las mujeres es mejor quedarse en
casa que abandonarla y meterse en ‘problemas’; se considera que los ‘problemas’ dañarán irreparablemente a
las mujeres (que son evaluados junto a los niños), mientras que se espera que
los hombres enfrenten y
superen los problemas de manera
rutinaria. Pero si uno de nuestros objetivos es encontrar una visión en la que
los pobres no sean construidos
meramente como víctimas, debemos reconocer que ciertas estrategias que nos
parecen poco gratificantes pueden ser aprovechadas con éxito por otras
personas. Este ensayo, por lo tanto, no se trata de si el trabajo doméstico
puede llegar a ser agradable o si la prostitución debe ser aceptada como
un ‘trabajo’.4
El mal inicio o los momentos tristes, aterradores o hasta trágicos de las
migraciones de la gente en busca de trabajo no tienen porqué marcarle para
siempre o definir toda su experiencia de vida. La relativa falta de poder en una etapa de migración no tiene que ser permanente;
los pobres también tienen ‘identidades múltiples’ que cambian a lo largo de sus
trayectorias de vidas, vidas que
son compuestas de distintas etapas, necesidades y proyectos. Al insistir sobre
la instrumentalidad de emigrar en
condiciones que están lejos de ser ideales, no se niega la existencia de las
experiencias más negras. Los abusos de agentes que venden formas de ingresar al
primer mundo se dan con los migrantes
que trabajan en el servicio doméstico,
las maquiladoras, las minas, la agricultura y la industria del sexo, sean los migrantes
mujeres, hombres o transexuales. Afortunadamente las historias más trágicas no
constituyen la realidad de la mayoría de la gente.
¿Desplazadas o
mal ubicadas? cuestiones de voluntad y ‘opción’
Investigaciones
realizadas entre migrantes
trabajadoras domésticas y sexuales revelan pocas diferencias sustanciales en
sus proyectos migratorios y demuestran que las migraciones que pueden haberse
iniciado como un desplazamiento (la sensación de haber sido echadas, de no
tener opciones razonables) no están destinadas a ser siempre experiencias
tristes.5 Aún las más pobres y las parcialmente ‘vendidas’ o
‘engañadas’ buscan y encuentran lugares para desarrollarse: se escapan, cambian de trabajo,
aprenden a utilizar amigos, clientes, patrones y delincuentes. Es decir, hacen
lo mismo que otros migrantes y,
salvo en el peor de los casos, logran crearse condiciones más satisfactorias, ya
sea por encontrar una buena familia para trabajar como doméstica o un dueño
decente de un bar o los contactos adecuados para trabajar de forma
independiente.
Las migraciones tampoco
son motivadas puramente por razones económicas. Expuestas a imágenes de los
medios que representan los viajes por el mundo como factores esenciales tanto
en la educación como para el placer, los
migrantes potenciales descubren que los países del primer mundo son
lugares sofisticados y cómodos. Son atraídos por la posibilidad de conocer
gente de otros países. No todos los pobres deciden emigrar, y muchos de los que
lo hacen son gente que quiere hacerlo y que tiene el carácter adecuado para
enfrentar los riesgos que supone el desarraigo a cambio de ‘encontrar un lugar
en el mundo’.
El ejemplo que doy aquí es el de mujeres y transexuales migrantes en Europa, pero los discursos
que los construyen como ‘traficados’ existen en todos lados del mundo y son
abordados por organismos
internacionales.6 Al momento de escribir, la mayoría de las
prostitutas migrantes en Europa provienen del Oeste de África, América Latina,
Europa del Este y países de la ex-Unión Soviética. Mientras que las
trabajadoras domésticas han empezado a unirse tras las fronteras étnicas para
exigir que se respeten sus derechos básicos, las trabajadoras sexuales no han
hecho lo mismo, haciendo imposible encajarlas en los marcos migratorios
tradicionales, en los que se forman las asociaciones como paso esencial hacia
el asentamiento. Debido a diversos
motivos sociales y legislativos, entre los que se destacan las políticas
represivas de la policía y las autoridades de inmigración de toda Europa, las
prostitutas tienden a seguir movilizándose, yendo de ciudad en ciudad y de país
en país.7 Este modo de vida itinerante establece relaciones muy
particulares con el ‘lugar’ que les impide hacer lo que se supone que ‘deben’
hacer, en cuanto a establecerse y convertirse en buenas ciudadanas
(subalternas) (el pueblo roma [gitano] sufre el mismo impedimento). Mientras
que el nomadismo se considera romántico cuando se trata de pueblos lejanos
(como los beduinos), en occidente se transforma en un problema social.
Quienes escriben sobre las migraciones y las diásporas mantienen un
silencio casi absoluto respecto a las prostitutas migrantes,8 aunque
podrían ser estudiadas como cruza-fronteras audaces que llegan típicamente (y
repetidamente) con poca información, equipaje o conocimiento del idioma local.
Pero los únicos aspectos de sus vidas que son abordados (por todos, no sólo por
los lobistas contra la prostitución) son los de su victimización, su
marginalización y su presunto rol en la transmisión del VIH/SIDA, injusticias
que reproducen la estigmatización. Pero me atrevería a decir que si fueran los
hombres los que usaran la prostitución en grandes números como estrategia para
entrar a Europa y obtener buena paga, tal estrategia se consideraría como un
acto creativo y no se representaría rutinariamente como una tragedia.
El placer de los márgenes
Un elemento
fundamental sobre el que se basa esta reacción generalizada tiene su raíz
en el supuesto de que el cuerpo de
la mujer es sobre todo un ‘lugar’ sexual. Según este supuesto, las experiencias
y los órganos sexuales de las mujeres son elementos esenciales de su auto-estima.
Aunque este concepto puede ser cierto para algunas, no lo es para todas, y la
utilización del cuerpo para obtener una ganancia económica no resulta ni
perturbador ni tan importante para muchas prostitutas, quienes generalmente
manifiestan que la primera semana de trabajo les resultó difícil pero que
después se adaptaron.9 Algunos teóricos suponen que algo como el
alma o el verdadero yo es ‘alienado’ cuando se mantienen relaciones sexuales
fuera del contexto de ‘amor’, y que las mujeres quedan irremediablemente
dañadas por esa experiencia, pero son solo hipótesis moralizantes imposibles de
comprobar. Algunas mujeres se sienten así y otras derivan placer de la
prostitución, lo cual solo significa que no existe una única experiencia
corporal compartida por todos – un
resultado no tan sorprendente, después de todo. En cualquier caso, incluso las prostitutas a quienes no
les gusta lo que hacen dicen que es mejor que muchas otras opciones que tampoco les gustan;
aprender a adaptarse a las circunstancias e ignorar los aspectos desagradables
del trabajo es una estrategia humana normal.
En la sentimentalización que se produce en torno a los ‘migrantes
desarraigados’, son olvidadas las
múltiples posibilidades de desgracia en casa. Muchas mujeres, homosexuales y
transexuales están huyendose de prejuicios provincianos, trabajos sin perspectivas, calles
peligrosas, padres autoritarios y
novios violentos. La casa también puede ser un lugar aburrido y sofocante, como
lo demuestra la gran cantidad de sitios de entretenimiento que se encuentran
fuera de la casa. En muchas culturas del
tercer mundo, sólo los
hombres tienen permiso social para disfrutar de estos placeres, ocupar estos espacios, mientras en
Europa todo el mundo tiene tal
permiso. Quienes trabajan en la
prostitución también tienen vidas privadas, van al cine y a bares, discotecas,
restaurantes, conciertos, festivales, fiestas parroquiales y parques. Su deseo
de olvidar sus trabajos y ser personas convencionales no se distingue del de
los demás; en el marco de los espacios urbanos se convierten en flâneurs y consumidores igual
que todos.
Construcciones sociales del ‘lugar’ de las prostitutas
Varios proyectos de
ONGs trabajan con prostitutas
migrantes en Europa y quisieran fomentar su autoorganización en defensa
de sus derechos básicos.10 Pero estos proyectos requieren
inevitablemente que los sujetos se identifiquen como prostitutas, y muy pocas
lo hacen; prefieren identificarse como
migrantes de Cali o Ciudad Benín o Kherson que se dedican de forma
temporal al trabajo sexual como medio para alcanzar cierto fin. Esto significa
que están menos interesadas en cuestiones de identidad que en que se les
permita seguir ganando dinero de la manera en la que lo están haciendo, sin que
se les agredan o violenten, por un
lado, o sin que se les tenga lástima y se las someta a proyectos para
‘salvarlas’, por otro.11
Muchas veces el discurso de la solidaridad establece una dicotomía del
‘lugar’ de las migrantes que contrapone (1) la casa en el país de origen (que amas y fuiste obligada a abandonar) con (2) Europa (que no adoras pero de donde no
quieres ser deportada). Las complejas relaciones que las migrantes tienen con su sitio original,
que puede o no ser un lugar que deseen visitar o volver a habitar, son excluidas
de los análisis planteados acerca de e ellas. Y cuando se construye a las prostitutas migrantes como ‘traficadas’, se da por
sentado que fueron arrancadas contra su voluntad, permitiendo que medidas
inmediatas de deportación nada sutiles
parezcan ser acciones benévolas (y ser caracterizadas por ciertos
activistas irónicos como el ‘re- tráfico’).12 Varios teóricos han
señalado cómo el trabajo de las
migrantes en el cuidado de los niños, los ancianos y los enfermos crea
‘cadenas’ de amor y afecto que abarcan
a las familias que dejaron atrás, a las familias en cuyas casas ahora trabajan y sus nuevas relaciones iniciadas en el exterior.
Sin embargo, esta visión más afinada del rol del ‘lugar’ en la vida de las
mujeres migrantes no la otorgan los teóricos a las trabajadoras sexuales.
Los ambientes como lugares de
trabajos
Toda esta
teorización toca muy poco la situación de las mujeres que se esfuerzan por
progresar, cuya relación con los ‘lugares’ es mediatizada en forma dramática
por la industria en la que trabajan, compuesta por una serie de ambientes.
Una
campesina de un país del tercer mundo que emigra a Europa con los contactos
adecuados puede llegar a ganar 5.000 euros o más por mes.13 Esta
cifra no es lo que ganan las llamadas prostitutas de ‘lujo’ que trabajan para
clientes de las ‘élites’ sociales
(y que pueden ganar mucho más que eso), sino que es lo que puede ganarse en
pequeños o grandes negocios cuyas
denominaciones y características cambian de país a país.
Con esta suma una migrante puede liquidar bastante rápido cualquier
préstamo que obtuvo para emigrar,
y para ganarla trabaja en clubes nocturnos, burdeles, apartamentos y bares multiculturales y
multilingües. En estos lugares se
encuentra gente de Guinea Ecuatorial que trabaja junto a gente de Brasil y Rusia, y gente de Nigeria junto a
gente de Perú y Bulgaria. Estos ambientes
constituyen los lugares de trabajo de quienes venden servicios sexuales, y
estas personas pasan muchas horas
en el bar, charlando y bebiendo,
entre sí y con los clientes, así como con otros trabajadores del negocio, como
cocineros, mozos, cajeros y guardias. En el caso de los apartamentos (‘pisos de
contacto’ en España), algunos de los que trabajan también viven ahí, mientras
que otros sólo vienen para su turno. La experiencia de pasar la mayor parte del
tiempo en estos ambientes, si la gente llega a adaptarse a ellos, produce
sujetos cosmopolitas, quienes por definición tienen una relación especial con
el ‘lugar’. La mirada del cosmopolita está puesta en el mundo, no en la casa, y no hay nada en el concepto
del cosmopolita que le impida ser
pobre o trabajar en la prostitución.
Es fácil encontrar trabajadoras sexuales migrantes que han trabajado en
muchas ciudades europeas: Turín, Ámsterdam, Lyón. Han conocido gente de docenas
de países y pueden hablar un poco en varios idiomas; están orgullosas de haber
aprendido a ser flexibles y tolerantes ante las diferencias de la gente. Ya sea
que se refieran con cariño o no a su país de origen, han superado el tipo de
arraigo a la patria que lleva a la exaltación nacionalista y se han integrado
al grupo de personas que puede llegar a ser la esperanza del mundo, los que
juzgan a los demás por sus acciones o por sus ideas y no por su apariencia
física o su lugar de origen. Ésta
es la fuerza del
cosmopolita.
Algunos dudan que puedan darse
relaciones de trabajo normales
dentro de los ambientes. Esta duda
parecería conceptualizar a todos los demás lugares de trabajo como sitios menos
alienantes: oficinas, consultorios, fábricas, servicio doméstico, minería, maquiladoras, agricultura, el trabajo
de destajo, etc. Pero la industria del sexo es inmensa, abarca clubes, bares, discotecas y
cabarets, líneas telefónicas eróticas, tiendas de sexo con cabinas privadas,
casas de masajes y saunas, servicios de acompañantes, algunas agencias
matrimoniales, apartamentos, cines pornográficos, restaurantes eróticos,
servicios de dominación y sumisión y la prostitución callejera. Muchos son
empleos de medio tiempo, esporádicos o secundarios, y las condiciones laborales de estos millones de empleos
a nivel mundial varían enormemente, y por lo tanto no pueden generalizarse en
términos de ‘lugar’. Aunque en esta industria es común el recambio de personal,
también lo es en la industria cinematográfica,
el teatro, los espectáculos y en
los empleos ‘temporales’ de oficinas, sea de administración o informática (donde nadie
duda que existen relaciones normales).
Las relaciones con los colegas pueden o no trascender las fronteras
étnicas, dependiendo del individuo; la posibilidad de que esto suceda es mucho
mayor allí donde se concentran personas de muy variada extracción, sin que
predomine un tipo. Así es la situación que se da en los ambientes, ahora que las migrantes constituyen el grueso de las
prostitutas en toda Europa, llegando hasta más del 80 por ciento en Italia
(Tampep, 1999).
... y los ambientes
como zonas fronterizas
Los ambientes no son sólo multi-étnicos
sino también son zonas de frontera: lugares de mixtura, confusión y ambigüedad,
donde se desdibujan las ‘líneas’ divisorias entre una y otra cosa. Como muchas de las prostitutas
migrantes de Europa son extranjeras, los idiomas que se hablan en los ambientes incluyen pidgins, creoles, lenguaje de signos y
lenguas franca. Los españoles y franceses aprenden a comunicarse con los
nigerianos, los rusos y los albaneses. De manera similar, los clubes nocturnos
a veces se parecen a sitios de carnaval, un mundo al revés donde la prostituta
se parece al pícaro, el semi foráneo
que deja el trabajo honesto para dedicarse a la embustería, encarnando el rol
de ‘cosmopolita y extranjero. . .
explotando y perpetuando el estado liminal de no estar ni en uno ni en otro
punto fijo de una secuencia de estado’ (Turner, 1974: 232).
Los ambientes son sitios de experimentación y exhibición, donde algunos
representan la masculinidad y otros la feminidad. Investigaciones realizadas en
lugares tan alejados el uno del otro como Tokio y Milán demuestran que para
muchos el acto sexual que se da al final de una noche de juerga o puttan
tour no es el centro de la
experiencia, que más bien reside
en compartir con los amigos
masculinos una experiencia que incluye charlar, beber, mirar, andar en auto,
flirtear, hacer comentarios, consumir drogas, y en general ser ‘hombres’
(Allison, 1994; Leonini, 1999). Cuando está vestida de trabajo, la prostituta
hace lo que le puede traer dinero, en el caso de los transexuales es la
actuación exagerada de la feminidad. Mientras que un servicio sexual contratado
no lleva en general más de 15 minutos, no sólo las trabajadoras sino también los clientes pasan largas
horas sin participar en actividades sexuales.
En la institución patriarcal de la industria del sexo son los hombres los
que tienen públicamente ‘permitido’ experimentar con su masculinidad y
relacionarse con gente con la que no se darían en cualquier otro lugar. La
disponibilidad de mujeres migrantes, hombres homosexuales y transexuales
significa que todos los días se desarrollan millones de relaciones entre gentes
de distintas culturas. No puede justificarse la esencialización de estas
relaciones como ‘actos’ indiferenciados sexuales y su eliminación de la
consideración cultural porque involucran dinero.14 Para algunos que
teorizan el sexo como cultura, las prácticas sexuales son construidas,
trasmitidas, transformadas y hasta globalizadas, y las trabajadoras sexuales
migrantes se convierten en portadoras de conocimientos culturales.15
Todos concuerdan en que la industria del sexo existe en el marco de
estructuras patriarcales. Algunos críticos seguirán lamentando las
pérdidas de las prostitutas
migrantes y la casi imposibilidad de su organización formal. Pero también hay
que reconocer lo que merece ser reconocido, esto es, la habilidad que despliega
la mayoría de las mujeres migrantes, y darles la posibilidad de superar su
papel de víctimas y experimentar
placer y satisfacción en situaciones difíciles y lugares extraños.
Notas
1 La palabra home en inglés (hogar,
casa) connota mucho de esto por sí sola, pero no tiene esa omnipresencia en
otros idiomas.
2 David Sibley ha
contribuido invalorables datos al respecto en su capítulo sobre las rigurosas
investigaciones sociológicas de W.E.B. DuBois en ‘Los negros de Filadelfia’,
que nunca fue aceptado por la academia (1995).
3 El servicio
doméstico tiene muchas de las mismas características alienantes que el trabajo
en la industria sexual, y ambas son realizadas simultáneamente por muchas
mujeres que buscan reunir mayor cantidad de dinero en menos tiempo.
4 Como afirma una
integrante de Babaylan, un grupo de trabajadoras domésticas migrantes: “No
consideramos la migración ni como una degradación ni como una mejora . .
. de la situación de la mujer, sino como una reestructuración de las relaciones
de género. Esta reestructuración no tiene por qué expresarse a través de una
vida profesional. Puede darse a través de la aserción de la autonomía en
la vida social, a través de las relaciones con la familia de origen, o a través
de la participación en redes y en asociaciones formales. La diferencia entre
las ganancias en el país de origen y en el país de inmigración puede por sí
misma crear esa autonomía, aún si el trabajo en el país receptor es de doméstica interna o prostituta.”
(Hefti, 1997, énfasis mío)
5 Datos publicados
de estudios realizados por y comunicaciones personales con investigadores de
España, Reino Unido, Italia, Francia, Bélgica, Alemania, Holanda y Suiza.
6 Otros sitios
actuales importantes del discurso sobre esta problemática son la India, la
delta del Río Mekong, Nigeria y la República Dominicana, así como Canadá y los
Estados Unidos.
7 El afán de la
policía y las autoridades de inmigración por ‘limpiar’ los sitios de
prostitución o detener a las trabajadoras ‘indocumentadas’ varían de ciudad en
ciudad en toda Europa, cambian todos los días y, según la política del momento,
se dirigen a las trabajadoras de clubes,
calles o bares. Son pocas
las trabajadoras que no le temen en alguna medida a la policía.
8 La excepción más
notable a este silencio es negativa y emblemática. Al hablar de
la película India Cabaret de Mira Nair, Arjun
Appadurai comienza describiendo a las jóvenes de Kerala que “vienen a buscar fortuna como
bailarinas exóticas y prostitutas en Bombay”, una visión bastante neutra de la
situación. Pero dos líneas más adelante se refiere a “estas tragedias de desplazamiento”, sin brindar ningún
fundamento, y critica igualmente a los hombres retornados de Medio Oriente que
frecuentan los cabarets, “cuyas
vidas diaspóricas lejos de las
mujeres distorsionan su sentido de lo que deben ser las relaciones entre
hombres y mujeres”. Appadurai no da ninguna referencia ni base teórica para
respaldar estas opiniones típicamente moralistas sobre lo que ‘deben ser’ las
relaciones y el sexo (Appadurai, 1996: 38–9). .
9 No me refiero aquí
a las personas que disfrutan activamente de sus trabajos sexuales y quieren que
se les reconozca sus derechos como trabajadores. Algunos de estos trabajadores
están organizados y se declaran contra la criminalización de la prostitución y
a favor de los derechos de las prostitutas.
10 Nótese que estos
son proyectos solidarios con trabajadores sexuales y no compuestos por trabajadores
sexuales.
11 Habrá los que notarán que el ser permitido a seguir
ganando en el trabajo sexual depende de la propuesta anterior.
12 El
tardío reconocimiento
de que este tipo de argumento apoya las políticas de inmigración más
conservadoras –las que proponen cerrar fronteras y excluir migrantes— ha llevado a impulsar varias propuestas
nacionales dirigidas a permitirle a las personas traficadas quedarse, estén
dispuestas o no a denunciar a los que las explotan.
13 La sorpresa que
puede provocar esta cifra se vincula con
el tratamiento de los medios de comunicación, que se concentra casi exclusivamente en la prostitución
callejera. La posibilidad de ganar ese monto de dinero depende de cómo se
ingresa a este mercado, por los propios medios o por los de otros, de tener la
capacidad necesaria para manejarse en dicho mercado y de aprender a administrar
esa suma de dinero (un problema frecuente viene del alto grado de consumo que tiende a anular las ganancias
altas). Trabajar menos horas al día o menos días o descansar entre contratos
acorta los ingresos. Por más información sobre las ‘aptitudes’ necesarias, ver
Agustín (2000).
14 El ‘lugar’ más
recientemente habitado por las trabajadoras sexuales migrantes es el ciberespacio que, como el espacio cosmopolita, no tiene fronteras. La
estigmatización de las prostitutas y el deseo de muchos clientes de esconder
sus deseos hacen del ciberespacio un lugar ideal para todos los involucrados,
y, a través de una rápida proliferación de formas, se ofrecen y/o son
completados servicios sexuales en salas de chat, carteleras, en páginas con
imágenes y sonidos grabados, en avisos directos con números de teléfono y vía
cámaras web, tanto en espectáculos individuales como en otros más ‘públicos’.
Aquí las mujeres emergen como consumidoras, quizás por la escasez de ‘lugares’
de sexo anónimo, público o comercial disponibles a las mujeres. Considérese un
estudio realizado en Europa que mostró que el 26 por ciento de los que visitan
los sitios web pornográficos son mujeres (Nielsen Netratings, 2001).
15 “La contextualización de la sexualidad
dentro de la economía política ha destacado el hecho de que las nociones
predominantes sobre la sexualidad, el género y el deseo son alimentadas por una
mentalidad colonialista que presupone una rigidez transcultural y una
uniformidad de categorías sexuales, así como la persistencia de las fronteras
geográficas y culturales impuestas por académicos occidentales” (Parker et al,
2001: 9).
Referencias
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(2000) ‘Trabajar en la industria del sexo’, OFRIM Suplementos, No. 6, junio,
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